Le he pedido a la actriz e ilustradora Mar Buelga, con la que
comparto este blog, que incluya una maravillosa "Crónica desde el Cielo"
que acaba de dedicar al gran actor Alfredo Landa, fallecido el pasado
10 de mayo. Aquí la tenéis; merece la pena.
Crónicas desde el cielo: ¡Alfredo, vente "pal" cielo!
Tras varios años de descanso, esta tarde de mayo, Alfredo decidió volver al trabajo.
Lo había decidido mientras reposaba en su casa, rodeado de su familia cuando, quizás en duermevela, quizás ya dormido, recordó cuanto le gustaba su trabajo.
Había sido, era, uno de los mejores, había creado escuela y rara era la tarde en la que no se podía ver por alguno de los canales de cine de la televisión, alguna de sus películas. Y seguían gustando. Le constaba que la gente lo quería y lo recordaba.
Recostado en el sofá, con los ojos casi cerrados, tranquilo, recordó como disfrutaba interpretando y su sonrisa octogenaria se tornó en risa infantil y juguetona.
¡Como disfrutaba interpretando!. Le encantaba ser el atracador frustado incapaz de conducir un coche sin darse un buen porrazo contra un árbol, el ligón de playa en la "nuit", el abnegado novio en espera de sus amada de sempiterno luto, el más inocente de los inocentes, el más duro de los duros o el más gruñón de los frailes de un convento con niño, pan y vino incluido.
Sus recuerdos, hasta hacia unos minutos perdidos en el más absoluto de los mutis, se agolpaban en su cabeza y las cientos, miles, millones de palabras memorizadas manaban a borbotones a su boca de nuevo.
¡Recordaba!, recordaba momentos de bosques animados, viajes a Alemania, vacaciones en moto, paseos a lo "Sinatra" por la Barcelona más "China" y merendolas con criada y tartera en cualquier pueblo de España.
Ya tenía ochenta años y había vivido mil vidas de ficción y una plena y verdadera.
De pronto algo le distrajo de sus sueños y se vio a si mismo caracterizado de lo que años antes había sido. Se encontró de nuevo joven, lozano, ágil, incluso tenía pelo...
y, ¡Qué moreno!.
Su cuerpo le respondía y en su cerebro le retumbaba como las aspas de los viejos molinos del Quijote a quien en una época sirvió, una sola palabra... ¡ACTUAR!
Le apetecía interpretar de nuevo. Pero, pero él era un hombre de principios y había prometido no volver a hacerlo. Esto le agobiaba un poco, ¿Qué pensarían de él?
Sintió calor, se frotó los ojos y ante ellos como si de un maravilloso sueño se tratara, se encontró sentado en un gran escenario, de un teatro extraño, luminoso como todos los escenarios, sin embargo no lo iluminaban focos ni candilejas, la luz emanaba de él mismo. Sintió una gran fuerza, casi podía oler un nuevo éxito.
Se oyeron aplausos, la función terminaba.
Mientras se cerraba el telón, la luz de la sala se encendió y miles de estrellas se encontraban acomodadas una a una en las butacas del patio.
Desde las tablas miró fijamente al público que le aplaudía y cada brillante astro se fue tornando en caras conocidas, viejos amigos y compañeros. Reconoció a cada una de aquellas estrellas de brillo eterno y emocionado.
Mientras descendía por la escalera comenzó a llamarles por su nombre: ¡¡¡¡ Gracita, Irene, Mari Carmen, Paco, José Luis, Fernando, Manolo, Carlos, Agustín, Rafaela, Florinda... !!!!, ¡Todos!, ¡Estaban todos!
Un teatro con cartel de todo vendido, le saludaba y festejaba.
Y ese mismo "todo" le abrazaba cariñoso, dándole la bienvenida, expectante, lleno de anécdotas y recuerdos, mientras le gritaba a coro:
"¡Alfredo, vente "pal" cielo!
Y Alfredo, como tantos otros, pensando en su futuro ... sin pensárselo mucho, encantado con su nueva situación, emigró, por supuesto.
Podéis leer más "Crónicas desde el cielo"haciendo "click" aquí.
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